miércoles, 2 de octubre de 2013

Ozymandias de Percy Bysshe Shelley

Ozymandias (1818)
Conocí a un viajero de una tierra antigua
que dijo: «dos enormes piernas pétreas, sin su tronco
se yerguen en el desierto. A su lado, en la arena,
semihundido, yace un rostro hecho pedazos, cuyo ceño
y mueca en la boca, y desdén de frío dominio,
cuentan que su escultor comprendió bien esas pasiones
las cuales aún sobreviven, grabadas en estos inertes objetos,
a la mano que se mofó de ellas y al corazón que las alimentó.
Y en el pedestal se leen estas palabras:
"Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes:
¡Contemplad mis obras, oh poderosos, y desesperad!"
No queda nada a su lado. Alrededor de las ruinas
de ese colosal naufragio, infinitas y desnudas
se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas»
El narrador de «Ozymandias» transmite una historia que ha escuchado sobre una estatua en su día grandiosa que ahora yace hecha añicos derrotada por el desierto. El «ceño» de la estatua y su «gesto despectivo de frío poder» transmite de forma arrogante el poder que una vez tuvo Ozymandias. Esa arrogancia alcanza su límite con su fanfarrona inscripción («contemplad mi obras, oh poderosos, y desesperad!»), que al instante es rebajada por la imagen de las vastas arenas que hace tiempo que enterraron es «obra», rodeando la estatua de la nada más absoluta.



«Ozymandias»  fue inspirado por una estatua caída en el templo funerario de Ramsés II, cerca de Luxor (Egipto). De acuerdo con el historiador de la antigüedad Diodoro, en su tiempo la estatua mostraba la inscripción «Rey de Reyes soy yo, Ozymandias. Si alguien quiere saber cuan grande soy y dónde estoy, que intente superar una de mis obras»

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